A veces, hasta los monstruos nos ponemos sensibles.
Suele pasar cuando se nos atraganta algún huesecillo de las manos o los pies y nos produce cierta angustia hasta que logramos pasar el mal rato. Además, pocos se dignan a darnos una palmadita en la espalda peluda; después de todo seguimos siendo monstruos a mitad de una comida.
Los mecanismos que nos llevan a escribir poesía son extraños y diferentes para cada monstruo. En mi caso, para que negarlo, los escribo con prisas y los vomito como bolas de pelo sobre el papel. En El necrófago galante y otros poemas de amor he intentado captar ese amor monstruoso, esa vida en común con los pequeños salvajes que habitan mi vecindario y que salen a cazar con los duendes cada año. El resultado ha sido, cuanto menos, curioso.
Para todas aquellas almas sensibles que me lean y que estén por Madrid el día 15 de enero de 2011, la gente de 23 escalones y su seguro servidor -más un montón de monstruos hermanos encabezados por mi gemelo Santiago Eximeno-, presentaremos a las 12:30 el poemario en la librería Estudio en Escarlata.
Recuerdo contarte cuentos en la cama,
convertirme en vampiro,
en necrófago,
en corazón delator,
mientras tu sonrisa se marchitaba
lejana a palabras,
monstruos o finales.
Cerraba el libro en silencio
bajo la luz amortajada
y dejaba pasar las horas escondido,
esperando el momento perfecto
para morderte los pies,
despertarte como un duende,
despedirme
y no volver jamás.
Por ahora, poco más. En breve, sin embargo, mucho. Hasta pronto, mis monstruos.