Le rajó el cuello de parte a parte. Leche y galletas, masculló el gordo, leche y galletas. Tampoco pedía tanto, ¿verdad?
El fuerte olor a podrido les indicó a todos que el tío Oscar había vuelto a casa por Navidad, pese a todo.
La botella reserva del 82 no estaba llena de vino.
-¿En qué año dices que naciste? -preguntó el viejo y siniestro vecino, mientras cerraba de un sonoro golpe la gruesa puerta de la bodega.
El fantasma de la abuela se le apareció a su nieto justo antes de la nochebuena.
-¡Mátalos! -le susurró al oído- ¡Mátalos a todos!
El juez, sin embargo, no creyó ni una palabra de todo aquello antes de condenarlo a la horca.
El fantasma de las navidades futuras señaló la tumba del hombre avaricioso.
-¿Mármol? Panda de desgraciados -exclamó el avaro, pateando su propia lápida.
Al niño malo le volvieron a traer un saquito de carbón. Por fin tuvo suficiente como para prender fuego a la casa.